Un viaje a través de la verdad terrorífica de la ciencia

Ya son varias semanas de batallas filosóficas y epistémicas en mi mente, los últimos días han sido de particular terror existencial. Lectura tras lectura la ciencia pierde su sentido, se desfigura como un ente de características poliformes, sus grandes tenazas me aprisionan y destruyen todos mis anhelos de infame libertad Seudocientífica.
La tinta de mis marcadores se gastó completamente de tanto estudiar, son tableros y más tableros de información, difusa, confusa, desquiciante, pero sin duda alguna enriquecedora. Ya se acercaba la hora de aquel criminal, violento, salvaje y obsceno examen de filosofía de la ciencia, mis compañeros al igual que yo, sufrían en las horas previas al inevitable evento. Algunos sentían la presión del tiempo, de su trabajo y de todas sus agitadas y atareadas vidas. Al parecer no había manera de lograr el objetivo.

El destino me tuvo allí, tres horas de inquietantes, delirantes y enfermizas preguntas, en este infierno me acompañaban los más poderosos y salvajes académicos. Kant con sus ideas a priori o a posteriori, ya no recuerdo bien. Lakatos con su cinturón de seguridad para los programas de investigación; que aprietan tanto que la teoría podría terminar explotando. Kuhn empleando los paradigmas de la ciencia; los cuales abarcan tantas y tan variadas cosas del ámbito, que parecen los fantasmas de constitución del que hacer científico. Como la materia oscura del universo, no son perceptibles de manera clara, pero, seguro “ahí” están.
Feyerabend y su teoría anárquica del conocimiento “Contra el método”, sin duda alguna una de mis ideas filosóficas favoritas, me recuerda a mí mismo, siempre en disputa contra lo convencional, lo monótono y lo plano del sistema. Bastante egocéntrico y creyéndose la última coca cola del desierto. Sin embargo, quien más colocó mi imaginación patas arriba o para decirlo de una mejor manera falsó todo mi pensamiento fue el demoniaco, perverso y brillante Karl Popper. Un modo Tollendo Tollens excitante, delirante y apasionante. Y del examen pues ya mejor ni hablar, como diría un amigo; al buen entendedor pocas palabras.

En aquel alocado viaje, mi cabeza se distorsionó. Pues, según las ideas Popperianas “La ciencia va aproximándose progresivamente a la verdad, aun cuando talvez esta nunca pueda ser alcanzada plenamente”, idea que fue la causante de mis más desequilibrados pensamientos, incluso la matemática de los límites me estuvo atormentando en estas cuestiones epistémicas a un nivel que no se alcanzan a imaginar. Mis ideas escépticas llegaron a la altura de Gorgias. Así mi cerebro experimentó un duendecillo malévolo, cuál diablillo de Maxwell; quien me indicaba que nada de este mundo era real.
Con este nivel de delirio y con el deseo de recibir un albor en mi camino, busqué la asesoría de uno de mis mentores. Quien me indico, que debería calmarme. Siquiera debo decirles que la idea en mi cabeza era tan aterradora, que en ocasiones experimentaba pesadillas gnoseológicas descabelladas, irracionales e inevitables. El maestro procedió a explicarme que en efecto esta idea de progreso científico no era del todo irracional. Me recordó que hace bastante tiempo atrás la humanidad pensaba en la tierra como una estructura por completo plana y, sin embargo, en la actualidad era muy fácil evidenciar que la tierra era curva, ya que bastaba subirse a un avión para poder percibir tal efecto de curvatura. Siendo una forma de comprobación a la cual sin duda alguna ningún antepasado habría podio acceder.
Asimismo, me aclaró que en la actualidad lo más relevante eran los procesos de comprobación científica, debido a que eran mucho más precisos que en cualquier otro momento de la existencia de la civilización. En medio de risas y algunas recomendaciones, me indicó; que esperaba que ese día tuviera un buen sueño, puesto que ya no era necesario desgastarse en tal pensamiento oscuro. En ese momento agradecí su consejo y me marché a mi casa sin más.

Esa noche estuve pensando de manera acérrima en toda esta cuestión, al mismo tiempo, es muy posible que no hubiera captado al cien por ciento todo lo expresado por el profesor o con gran posibilidad mi instinto arrogante no daba crédito a la posibilidad de no ser yo quien tuviera “la verdad”. En este punto, apareció en mi cerebro el recuerdo de como el filósofo, científico y astrólogo Claudio Ptolomeo en el libro primero de su obra “El Almagesto” había desarrollado un modelo planetario que contaba con la tierra en su centro y con unos arreglos conocidos como epiciclos, que permitían recrear el movimiento de los errantes a través del espacio. Vale la pena mencionar que el modelo fue tomado como verdadero en aquella temporada, y no era para menos, ya que sus predicciones eran bastantes acertadas para las medidas tomadas en aquella época.
De manera desafortunada, pero eso sí, bastante tiempo después de su deceso, el modelo Ptolemaico se encontró en grandes aprietos y resultó que lo que era cierto en la antigüedad ya en el siglo XVII se consideraba una completa falacia. Esta situación generó en la mente de muchos filósofos de la ciencia, una visión en la que el conocimiento científico es cambiante y no es de carácter inmutable.

Seguí caminando este sendero desconocido a una luz amarilla que me convocaba a través de los abismos del mismísimo mundo de la lógica matemática. Y ahí estaba, era él, aunque su mirada parecía bastante perdida incluso un poco más que la mía dentro de este delirio, me encontraba en presencia de Kurt y si bien, de fondo escuchaba la música de Nirvana, quien en realidad me dirigía en este espacio era Kurt Gödel. La luz amarilla me señalaba la famosa conjetura de Goldbach y la música de los números primos que danzaban con «La Rapsodia Húngara n.º 2» de Liszt. Eventos que eran indicativos de la incompletitud e indescifrabilidad de esta parodia.
En este exótico lugar mi amigo me fue explicando en qué consistía su famosísimo teorema de incompletitud, eso sí, reconociendo mis deficiencias matemáticas me lanzó su veneno: “Hay “verdades” matemáticas que no pueden ser demostradas analíticamente”. En el momento y por la complejidad de los asuntos le solicité un poco más de elucidación al respecto.
Empezó comentándome que el asunto principió en la antigüedad con la idea de “episteme” planteada por Aristóteles. La cuestión consistía en crear o generar conocimiento a partir de unas premisas autoevidentes conocidas como axiomas. Y quien más se tomó en serio este tema fue el reconocido geómetra griego Euclides; quien escribió el libro “Elementos” el cual daba cuenta de lo que en el lenguaje popular se conoce como geometría plana. Este documento fue el primer intento para crear un sistema deductivo perfecto como lo había planteado el mismísimo discípulo de Platón.
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En el siglo XIX algunos geómetras como Riemann decidieron cambiar algunos de los postulados de Euclides y probar que también se podían generar geometrías consistentes con el ideal aristotélico. Así surgió la geometría esférica; también conocida como no euclidiana, la cual posteriormente comprobaría su validez a la luz de la teoría de la relatividad de Einstein. De esta manera se comprobó que la verdadera geometría del espacio no era la Euclidiana sino la Riemanniana.
La nueva evidencia hizo que los matemáticos se plantearan la posibilidad de que no era factible establecer a priori verdades autoevidentes, sino, más bien, hipótesis que debían comprobar su coherencia interna con un sistema matemático formal. El matemático David Hilbert fue el único matemático que logró hacer realidad el anhelo de Aristóteles y escribir una obra completamente axiomatizada. Con ese logro Hilbert se propuso la tarea de axiomatizar la matemática y demostrar todas sus verdades sin que quedara lugar a alguna duda.
Lleno de orgullo y alegría Gödel me dijo: “es aquí donde entro yo”, con mi trabajo pude probar que el sueño de Hilbert era solo una utopía; ya que no era posible lograr la axiomatización total de la matemática y garantizar su completa coherencia interna. Sin entrar más en detalles lo que generó esto fue la desaparición de la vieja visión de que la matemática era la ciencia de la cantidad y de la verdad. De hecho, lo que hizo en palabras castizas fue tirarle la bola de la “verdad” a las ciencias físicas. Ahora la vida de un matemático consistiría en probar que existen hipótesis matemáticas que son lógicamente consistentes con un cuerpo matemático preestablecido, sin importar si las hipótesis son verdaderas o falsas.

Sentí fallecer por el veneno que Kurt me inyectó, además, me estaba ahogando en unas aguas pantanosas, descendiendo hacia otro de los círculos del infierno de Dante. La “verdad” cada vez se hace más esquiva…
Dentro de este círculo se encontraban los cerebros de los físicos más famosos de toda la historia. A mi mano derecha veía un demonio que absorbía las neuronas de la medula espinal de Newton, y de frente percibía como el campo gravitatorio producido por el cerebro de Einstein distorsionaba una caverna llena de carroñeros dispuestos a absorber todo su saber. Angustiado corrí de frente sin parar, aunque para mi fortuna los demontres no se veían muy interesados por mi escasa materia gris.

Por suerte, me encontré en el camino con uno de los genios de la interpretación de Copenhague. Quien por sus cualidades ondulatorias y de incertidumbre resguardaba su intelecto de aquellos feroces y hambrientos seres inicuos del inframundo. Los pobres espectros querían saber cuál era la posición de esta mente maestra, pero desafortunadamente para ellos de lo único que poseían información era de su velocidad de movimiento; situación cuántica que les imposibilitaba saber de manera contundente donde se encontraba la estructura corpórea de Heisenberg. De alguna manera que no es clara para mí, podía percibir la presencia del creador de la mecánica cuántica matricial.
Desbocado por todas las inquietudes que me asaltaban, en ese momento decidí preguntarle de manera directa con relación a su famosísimo principio de incertidumbre; no se mostró muy contento respecto a semejante cuestionamiento. Inició diciendo: ya son muchos años hablando de lo mismo y dando vueltas alrededor del mismo punto ¡estoy harto! Respiró profundamente y mirándome de una manera un tanto despectiva soltó la bomba. La mecánica cuántica desarrollada a inicios del siglo XX se convirtió en una de las ramas de la física más heréticas jamás creada.
En aquellos días Bohr y otros colegas nos encontrábamos descifrando el dilema de la célebre hipótesis de De Broglie. En este proceso de investigación inferí que la materia extendida como onda, generaba en primera instancia un problema de localización. Por supuesto que por nuestra formación en física clásica esto no era del todo satisfactorio. Así que nos pusimos en la tarea de probar las consecuencias de semejante dilema.

Tras varios años de trabajo llegamos a una conclusión que cambiaría el rumbo de las ciencias físicas para siempre. Desde el punto de vista clásico, siempre fue posible determinar la posición, la velocidad y la trayectoria de una partícula en cualquier instante de tiempo. Además, el observador era un agente pasivo que no influía de ninguna manera en la observación, nunca hubo problema con eso. Pero, para sorpresa nuestra e iluminados por este gran hallazgo, se apreció que todas estas posibilidades clásicas eran quebrantadas bajo ciertos regímenes de energía y dimensión.
Siendo más claro nuestro trabajo probó: que para ciertos valores de energía no era posible saber que posición tenía una partícula, si se tenía gran información de su velocidad y lo mismo en el sentido contrario. Incluso el concepto de trayectoria de las partículas cuánticas no era definible desde ninguna óptica posible y aún más terrible, notamos que al realizar los experimentos que determinaban las cualidades cuánticas de un sistema se veían alterados por nuestra presencia. Algo muy importante por destacar, es que este impedimento no estaba asociado directamente a la precisión de nuestros instrumentos de medida, sino, a una restrictiva del mundo natural.
Empero, desde algunas ópticas nuestra teoría era determinista, siendo aun variadas las interpretaciones de estos grandes hallazgos. Y terminó diciendo: A posteriori mi amigo Max Born estableció que las ondas que describían los estados de los sistemas cuánticos eran estrictamente ondas de probabilidad que instituían valores probables de posición y velocidad para las partículas de un sistema cuántico.
La respuesta de Heisenberg me dejo completamente paralizado, no podía mi imaginación concebir semejante locura. Mi mente positivista entró en estado de shock, como la esposa de Lot, una estatua caliza inerte, mirando como sus queridos Sodoma y Gomorra de la “verdad” se desmoronaban ante sus ojos. Heisenberg me miro a los ojos y me dijo: lo mismo sentí yo. No obstante, creo que después de tanto tiempo lo he aceptado, espero no te pase lo mismo que a nuestro querido Planck quien falleció poniendo en duda su gran obra.
Me encontré en un limbo, todo era oscuridad, la claridad establecida por mis arcaicas ideas de “verdad” eran arrastradas y fusionadas con la energía oscura de este vacío existencial cuántico. Ya sin ningún sentido de orientación y confundido por los relatos de Gödel y Heisenberg concluí que la ciencia misma había erigido desde sus entrañas las posibles limitantes naturales existentes para llegar a la “verdad”.
Fue bastante prolongado el tiempo que duré en esta dimensión de carácter desconocido, siendo sincero me sentía en una caída permanente con tendencia a alcanzar una velocidad límite de carácter asintótico. A pesar de esto nunca logré alcanzar esta tan anhelada velocidad, si bien, mi celeridad aumentaba, la forma en la que lo hacía era cada vez menor. Me sentí como el conocimiento de la ciencia tratando de llegar a la “verdad” quien se convertía en su terrible pared asintótica.

Ya estando a punto de descubrir la tan codiciada verdad, sentí como me ahogaba una presión en el pecho, no podía mover mis brazos, ni mis piernas, mi mente luchaba contra esta sensación, mientras me decía a mí mismo; ya eres mía, ya casi te alcanzo, me falta poco y no me lo vas a impedir. Me hice consiente de este efecto de parálisis del sueño, no sabía si era un duende, un monstruo, una bruja o quizás si era el demonio del sueño (Lilith).

De alguna manera dentro de este estado pude abrir mis ojos, sí, ahí estaba mirándome fijamente, era él; el hombre causante de todo este frenesí intelectual, me miraba fijamente con sus ojos rojos claros y esgrimía una sonrisa de satisfacción que rayaba en lo sarcástico, lo oscuro y lo místico. Luego me dijo: “ves como yo tenía razón” y Popper desapareció tras las sombras, como podrán imaginar me desperté gritando de esta infernal aventura onírica y lo único que vino a mi pensamiento, a pesar de mi escepticismo, quizás como un acto reflejo, por el pánico del momento y no precisamente por mi convencimiento, fue el pasaje bíblico de Juan 14:6.
Jesús les dijo: Yo soy el camino, “la verdad”, y la vida; …
Muy buena descripción del poder de la ciencia. También me encontré hace mucho un demonio que se me sentaba y me robaba energía. Solo con el padre nuestro lo neutralice.
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